Treinta
cuadros a su alrededor. Nunca en su vida había estado tan feliz de ver su
propio rostro. En una esquina del oscuro recinto está la cama donde yace
dormido profundamente. Camina despacio por la habitación, procurando no
despertarlo con el sonido de sus pies descalzos al tocar el suelo. Se sienta al
lado de su cuerpo semidesnudo; interrumpiendo así, la luz que la ventana sucia
frente a la cama dejaba entrar. Lo acaricia con la mirada. Pone su mano derecha
sobre su espalda pero sin tocarlo. Su piel estrellada la hipnotizan por algunos segundos.
Cuando por
fin se ha decidido a tocar su piel, él siente el calor de su mano y gira su
cuerpo hacia ella. Sus miradas se cruzan por un par de minutos; sus rostros
están tan cerca el uno del otro, que ella puede sentir su aire.
Ella:
El corazón
se le acelera y sus brazos mueren por rodearlo, mientras sus labios debaten con
su cerebro si es propicio o no lanzarse sobre él y bañarlo con sus besos.
Siente su mirada pero no está segura. Ya le ha pasado lo mismo varias veces. No
sabe qué hacer. Sus ojos se llenan de lágrimas sin que ella se lo proponga. El
corazón no deja su ritmo y sus ojos luchan por no dejar a las lágrimas
desbordar.
Él:
Tiene los
músculos tensos por la rapidez de su reacción. Siente un mareo que no sabe si
podrá controlar. En medio de su confusión por la somnolencia que apenas se está
quitando, se pregunta si todo esto no
será sólo producto de la botella de vino que rodó bajo su cama antes de
quedarse profundamente dormido. De pronto, logra vencer al ensueño y la ve
sentada a sólo un par de centímetros. Como alcoholizado por su suave aroma,
toma un mechón que caía sobre su frente y pensó en que siempre lo había visto
pero nunca se había preguntado porque siempre caía. Lo acomoda suavemente y sin
pensarlo mucho, besa sus helados labios con un beso limpio y torpe; muerde
ligeramente su labio inferior y la abraza como si acabase de cruzar el infinito
para hacerlo.
Ella:
Con aquel
abrazo, despertó a sus demonios. Seguía helada hasta los huesos, a pesar de que
el corazón le latiera tan rápido y sintiera como si la sangre le hirviera con
cada boom interno. Se desplomó sobre
sus piernas y rompió en llanto. Dejó que él acariciara el cabello largo que ya
había olvidado tener. Escuchó un “te quiero”,
pero no estaba segura de si lo había escuchado de verdad o era sólo producto de
su imaginación. Volvió su rostro hacia él y lo miró, tan pálido y limpio.
Comprendió al fin lo que estaba sucediendo.
Después de
varios segundos ella por fin libera la voz que él había extrañado durante tanto
tiempo.
-Al fin estás aquí. Creí que
tardarías más.
-Lo intenté. Lo juro. Pero no
pude más.
-Te extrañé.
-Estuve a
punto volverme loco.
Ella soltó
una lágrima más y lo besó.
De pronto,
la única puerta en la habitación se abrió y se oyó un grito de horror. La mujer
entró corriendo y se postró ante el cuerpo inerte, tendido sobre la cama.
-Pero, ¿qué
es lo que has hecho, hijo?- gruñó la pesada mujer.
Entre sus
manos encontró la foto de una sonriente joven. Le dio la vuelta y leyó la
inscripción:
“14-11: Cumpleaños #27.
Ya sabes, cadáveres bonitos.
D.M.”
por un momento creí en la felicidad; aunque, espera, sigo creyendo en ella.
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