-¿Qué hiciste, bonita?- le preguntó él con su sonrisa digna
de una fotografía.
-Nada malo.- contestó ella agrandando aún más su enorme
sonrisa.
Y era cierto, no había hecho nada pero le encantaba jugar y hacerle creer que estaban en problemas. Le encantaba ver su cara de
preocupación. Decía que parecía un cachorro asustado.
-Ay, ay, ay- le dijo, soltando un profundo suspiro -me vas a
volver loco, mujer.-
Ella se adelantó un par de pasos, dio la vuelta y empezó a
caminar de espaldas; lo miró a la cara y le pidió entre risas que cantara
aquella canción que había tocado para ella la noche anterior.
El empezó a tararear algo y le cantó mirándola a los ojos:
"Toma mi mano. Mientras estemos juntos nada nos detendrá."
Ella sintió que volaba. Cerró los ojos mientras seguía
caminando de espaldas y escuchaba la canción que él le había escrito; porque aunque no se lo había dicho, ella sabía que él la había escrito para ella.
Él la tomó de ambos brazos y comenzaron a dar vueltas
como cuando eran niños y jugaban en el parque frente a la casa del señor
Sánchez, aquel que se enojaba cada vez que una pelota entraba en su hermoso
jardín de flores rojas.
De pronto, como si todo hubiese sido planeado por una mente
maestra, pasaron por una casa cuyo jardín tenía unas flores idénticas a las que él recordaba; y aunque no fuese así no importaba porque a él le gustaba creer en las casualidades. Cortó una con los dedos, y la puso en el cabello de su musa mientras seguía tarareando el tono de
la canción de la noche anterior.
-El tiempo no volverá a pasar por nosotros- le dijo mirándola a los ojos -Ahora somos inmortales.- Y la besó en la mejilla como cuando eran
niños.