4.12.11

Cold nights.

¿Dónde estás? Te veo ahí parado y no hago más que preguntarme si realmente eres tú o es mi mente que fuerza tu recuerdo para no sentirse tan sola, tan vacía, tan odiada. ¿Dónde estás?
¿Dónde está ese hombre que me miraba a los ojos y encendía un mundo nuevo? Que hacía estallar cada uno de mis sentidos con sólo proponérselo. Lo busco. Lo busco y no lo encuentro. Pareciese que se ha querido ir. Pareciese que me ha olvidado. Pareciese que lo aburrí.
A veces siento que toma mi mano tan sólo por inercia. Por no tener que buscar otra a la cual aferrarse.
Pero mi abrazo es tibio y mi piel ha aprendido a acogerlo. A hacerlo feliz.
Así que no creo que sea cierto, porque sus ojos aún me ven como a la mujer a la cuál solíamos amar. Aún camino en su mente cual Pedro en su casa. Aún toma mi mano con la misma fuerza y me da de esos besos que me hacen olvidar el mundo por unos segundos.
Lo que pasa es que no dejo de extrañar sus ojos, no dejo de soñar su risa y esperar su aliento.
Y una vez más, me acuesto al lado de mi nostalgia, cual Safo que añora a su amante.


4 comentarios:

  1. Pues, no pensé encontrar tanta contradicción en tan pocos párrafos. Una ves más no me deja de sorprender tu inestabilidad, parte esencial de Krystal Fearher, pero que desvirtúa a la mujer que existe realmente detrás de la pluma.

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  2. Es una lucha entre ambas. Cada una tira para su lado según su conveniencia. Tienes razón, es contradictorio. Es la contradicción generada por lo que pienso y lo que desearía no pensar.

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  3. Está de más que te diga que una de las dos tiene que jugar el papel de pasiva. Si decides mantener viva a Miss Feather seguirás escribiendo muy bonito a cambio de poseerte cada ves más de esa "deliciosa" inestabilidad lo que probablemente te haga perder al "Don Juan" que te cambió el universo. O, por otro lado, está la opción de mantener en el papel activo a la dueña de la pluma y darle una oportunidad (una completa) a la alegría.

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  4. No veo por qué escribir y ser feliz tengan que ser cosas contradictorias. Es más, diría que para escribir uno necesita cierto (dionisíaco y no siempre placentero) estado de satisfacción, al menos pasajero: Quien no creyera más en la vida no tendría de qué ni para qué escribir.

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